Dos días después de insinuaciones, mi nueva compañera decidió barrer las decenas de moscas muertas y el polvo de la oficina. Para colmo, me convenció para meter agua en un cubo y pasar la fregona. Con los cristales no transigí. Lo del polvo reconozco que quedó bien, pero esas moscas eran el mejor símbolo posible de la empresa y de nosotros mismos. Esta oficina ha perdido todo el significado para mí sin ellas.
Me voy para casa.
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